Si he de recomendar una sola práctica espiritual, si solo pudiera referirme a una, la más poderosa, para mí sería: siéntate en el suelo, en la naturaleza, y haz un recuento de las cosas por las cuales estar agradecido, yendo de lo personal cada vez más hacia lo impersonal, hacia lo celular, lo atómico… hasta que termines con la frente en el suelo, llorando de dicha por el REGALO de estar vivo. ¡Y hasta no terminar así, no pares!
Hoy, la práctica de yoga fue como una ampliación de esa misma certeza viva. Toda la práctica, desde el principio, fue una oración: con cada inhalación y en cada postura que mirara o tendiera hacia arriba, repetía mentalmente “gracias por la vida”, y en cada exhalación, en cada postura que tendiera hacia abajo, variaba entre “gracias, madre”, “vuelvo a ti, madre tierra”. Las palabras son irrelevantes: lo que importa es el rezo, la consciencia puesta en el cuerpo, en la práctica. Lo relevante es centrarse, volver al Ser.
Se dice que el centro de la dicha está localizada en el ombligo, en el “hara”. Me gusta esa palabra, “hara”. Podría ser un buen sobre nombre. “Hara Lawrence”. Me gusta.
Toda la práctica fue un rezo vivo, cada estiramiento, una gratitud, cada forma, cada silueta, cada postura, una geometría sagrada que conectaba líneas en mi cuerpo con líneas en el Universo, replicando y representando formas sagradas, el círculo, el triángulo, o recordando las verdaderas formas de mi cuerpo, mi anatomía oculta: las vértebras, escaleras… el pecho, un sol… los pies, bases, las piernas, columnas, los brazos, extensiones, el cuello, puente, las torsiones, ampliación… Y ya en el final de la práctica, los talones presionando mi centro sacro (y mi mente, que también se iba, lo confieso, se iba y no permanecía siempre centrada, tenía su cavilar), la mente cavilando en la palabra “sacro”, sagrado, segredo, secreto, secreción. Pensando en las secreciones del sexo y las secreciones de la glándula pineal, los talones presionando mi centro sacro, el pecho contra el suelo, los brazos estirados, la frente contra el suelo, sintiendo la energía subir del centro base, pasar por el centro sacro, ahora activado, ahora alargado, extendiénsoe hasta mis manos a través de mi tronco y mis brazos, todo, todo, para llegar al ombligo, al centro de la dicha, al HARA.
Y entonces exploté.
Un mundo de colores, una danza de colores infinitos me recordó que estoy en todas partes, que soy todo, porque somos nada, nada dentro de la gloria de Dios, de la Gran Mente Divina, allí todo es juego, todo es delicia, todo es bello, todo es armónico, todo danza, todo es sagrado.
De frente al piso, recordé la Unidad.
Desapareció el yo, y también el yo-ga: solo quedó Unidad.
“Terminar la práctica de yoga con la frente contra el suelo, llorando de dicha. Esta vez, el yoga se ha consumado, el yug, la unión. Se ha consumado, y en ese mismo instante ha dejado de existir, ha dejado de ser necesario: solo queda la dicha, la Presencia, el Ser.”
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