Al despertar vi una mantis posada en el mosquitero de mi cama. Era poco más que un palo, ese ser. Un palito con hebras a modo de patas, hilos a modo de antenas. Y de pronto se movía: una patita, luego otra… Y luego alzaba sus manitas en rezo y limpiaba delicadamente sus antenas, que se curvaban como finos arcos. ¡Cuánta belleza, cuánta fragilidad, cuánta dulzura en ese acto de simplemente SER! Y me preguntaba, somnolienta aún: ¿de dónde sale la energía para mover ese poco-más-que-palo? Hay una inteligencia ahí, hay algo que direcciona y hace brotar la fuerza del movimiento, y el movimiento es sutil aunque poderoso, es certero y es volátil, es nimio y a la vez potente, esa cosita de nada, ese palito móvil, eso que es poco más que una planta, se mueve, camina, dobla sus antenas, se limpia y, por si fuera poco, ¡alza sus manos en rezo y nos provoca a nosotros, humanos, conmoción!

Me conmueven, sí, su pequeñez e indiferencia. La dignidad que tiene en solo SER. La observo y de pronto la amo, con todo lo que soy, con toda mi mirada, mi poesía, mi sueño matutino, mi sorpresa y mi contemplación.

¡Si sólo fuéramos capaces de VER lo que tenemos en frente! Si solo nos dignáramos a VER al ser, al objeto, al sujeto, a la información que tenemos en frente, y nos demoráramos lo que fuera necesario, y le dedicáramos tiempo, atención, asombro, templanza, solo… observación, sin mente, sin juicio: observación y poesía, mirada poética, mirada que enaltece, mirada que honra, celebra y dignifica… ¡Qué distinto sería todo! Qué distinto sería VER al padre, VER a nuestra madre, VER a nuestros hijos, VER a nuestros hermanos y hermanas, VER al mendigo en la calle, VER a nuestros vecinos, VER a nuestro amante en el lecho, VER su alma, VER su ser…