Lo que me gusta de estar en la naturaleza, solitaria, es dar paseos y dejar que la mente divague, trayendo al presente lo que ella quiera, sin entrometerme.

Hace unos días andaba por el huerto y de pronto recordé mi infancia y adolescencia, y la escuela, ese (ahora) mítico lugar en donde se conjugan cotidianeidades que luego sirven de eterno alimento a la memoria.

Desde niña me gustó la poesía. Tanto, que aún me sé de memoria algunos poemas:

«De pronto, como un breve latigazo

Mi nombre, Fred, estalló en el aula.

Yo me puse de pie, y un poco trémulo

Avancé hacia la mesa, entre las bancas.

Era el examen último del curso

Y a lo que tenía miedo: la gramática.

Hice girar, resuelto el bolillero,

Las 16 bolillas del programa

Resonaron en él lúgubremente

Y un hueco levantaron en mi alma.

(aquí va algo que no recuerdo acerca de la imagen de los profesores)

Muy bien. ¿Y qué es el verbo?,

Díjome uno y se asestó las gafas…»

Hasta ahí llega mi memoria. El poema trata de un examen final de gramática para Fred, un alumno sumamente sensible pero que no sabe lo que es un verbo. La pasa mal en todo el proceso, todo adquiere un aire lúgubre, los maestros parecen jueces, el salón de clases, tenebroso, la gramática, un enemigo, y el verbo, una maldición. Fred no puede dar una respuesta y no pasa el examen.

«Malvas, rosadas, celestes

Las florecillas del campo

Esmaltan la orilla azul

Del arroyo solitario».

¡Qué belleza es capaz de expresar el alma humana! ¡Qué simpleza, qué mirada certera! Creo – y ahora lo puedo decir – que siempre amé a los poetas, y quizás en esos días nebulosos en donde no sabía sobre la palabra «consciencia», de todas formas conjuré mi destino y me prometí: seré poeta.

Es la primera lluvia desde que te has marchado.

La música del agua se desborda en el techo

Y están vacíos mi cuarto, el sillón y el lecho

Y el silencio de adentro es duende acurrucado.

¿Será que está lloviendo donde vives ahora

Y también me recuerdas, y también me reclamas,

Y también te acorrala la soledad, y llamas,

Como yo, en persistente pregunta agotadora?

¿Cuántas lluvias me esperan sin ti pero contigo,

Avara del recuerdo que te anuda conmigo

Del tiempo deslumbrante de tu tiempo a mi lado?

¿Cuántos soles y lunas caerán hasta el momento

En que sea colmado el hondo sentimiento

De ser sombra en la sombra de quien tanto hube amado?

Este poema lo leí en el libro de la mamá de una amiga, y me impactó y me conmovió y me reveló los alcances que puede tener el lenguaje castellano. ¿Qué es ese tiempo conjugado al final, «de quien tanto hube amado»? En la vida cotidiana no hay chance de ser tan preciso en el pasado. ¿Qué son esas maneras de partir las oraciones, pausar con comas la cadencia natural de una frase al medio, repetir y conjurar brevísimas sentencias que te descolocan al final de frase? ¿Cuál es ese hechizo, el de las preguntas retóricas?

Yo me bauticé: la novia de las palabras. Luego, añares más tarde, lamenté ese matrimonio. Ahora, a veces me regocijo, a veces me lamento. Las palabras abren mundos, al tiempo que los cierran. A veces es mejor guardar silencio…